dimarts, 25 d’octubre del 2011

Em sap greu, però no pot ser

Em sap greu, però no pot ser...
No si ja l’entenc, ja...
                   ... però miri d’entendre vostè a mi, no hi puc fer res.
El seu cas és evident, però és el que diu la normativa, no li puc dir res més.
Ui! Ja li voldria fer jo,però el meu cap no m’ho permet
És per les falsificacions, sap?


Segle XXI, el segle de la tecnologia i de la comunicació sense comunicació. Malfiances, aprensions, individualitat caracteritzen la nostra forma de vida del present. “En aquest bar no es fia” encara que ben mirat Baudelaire vivia en una ciutat de cecs, però, és clar, era un altre inadaptat.
Si, al metro, un interventor et para i no tens bitllet t’has colat, ni l’has perdut, ni te’l han robat: t’has colat.  Si el policia diu que has begut es que, tu, vell abstemi, t’ha donat per buidar aquell bar que fa hores està tancat. I ens esgarrifen els crits i les bales boges; i plorem quan ens diuen que el tiet s’ha penjat o farcit de pastilles.

Cecs?, el cec ets tu! Que et pensaves que podries fer un món millor. Tu et pensaves que, si més no, podries amagar-te en el teu món privat: no, no hi ha escapatòria, vell estúpid, no t’és permès l’exili, ni els importa la teva veu, ni tens una pistola, i ni pensar en un llaç i encara menys en les pastilles, no ets pas Sòcrates, ni la germana d’una princesa.

No, vell estúpid, el teu destí està entre núvols, dia a dia, any a any: càdena perpètua. I pitjor per a tu. No volies saber? Doncs ara ja saps on vius. Per molts anys!

Morts com gossos (i2) de Gregorio Morán

Avui, el meu company David, que coneix les meves sensibilitats, m'ha fet arribar el següent artícle d'opinió publicat a La Vanguardia del dissabte 22 d'octubre per Gregorio Morán.

I m'he sentit culplable. Culpable perquè quan vaig saber del suicidi d'aquesta noia, Patricia Heras, tenia molt clar que era inocent, estava frustrat i indignat. Però no va ser prou. Vaig pensar que "uno más" i me'n vaig oblidar ràpidament.

No tinc excusa, però tot i així, puc reflexionar i pensar que potser, els mitjans de comunicació varen procurar difondre la noticia de manera que no molestés massa, així, si no hi ha escandol ningú dimiteix i tot segueix com sempre... malament!

Així doncs, empenedit, envermellit i trist publico a continuació l'artícle del senyor Morán i, declaro, que, a casa meva, el 26 d'abril serà el dia de Patricia Heras.

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Muertes de perro. La poeta (y 2), de Gregorio Morán en La Vanguardia

SABATINAS INTEMPESTIVAS
La amarga historia de Patricia Heras empieza como esos guiones de Hollywood, donde los policías mienten, los ciudadanos miran para otro lado, los jueces bostezan, los carceleros corrompen y los presos esnifan hasta los polvos de talco. Mientras, la víctima inocente contempla más allá de la desolación y el espanto, que se está “comiendo un marrón” del que apenas sabe nada, salvo que acaba de entrar en el infierno. Y que gritar la inocencia en una cárcel es como leer la Biblia en un prostíbulo; gimnasia intelectual.
Pero en las películas de Hollywood que tratan historias como la que le ocurrió a Patricia Heras en Barcelona siempre aparece, ya bien avanzada la cinta, un personaje positivo. Un abogado, un juez despierto, una periodista sagaz, incluso un funcionario de prisiones digno que asume “un exceso de celo” -desde que Talleyrand instituyó el “jamás demasiado celo”, el exceso de celo es de una radicalidad revolucionaria- defendiendo al inocente y sacando poco a poco, secuencia a secuencia, la verdad de la historia. Es entonces cuando la víctima del “marrón”, humillada y ofendida, recupera la normalidad y los espectadores pueden volver a casa con la sensación de vivir en una sociedad difícil, pero donde no cabe el pesimismo. Siempre me impresionó que los contratos de los directores de Hollywood tuvieran una cláusula sobre los finales de sus películas. Los decidían los productores.
Eso es el cine y la historia de Patricia Heras es la vida. Aquí no aparece un Gregory Peck que salva a la víctima injustamente acusada, sino al contrario, esta es una historia sórdida, de seguro que muchas veces repetida pero que tiene una componente que la convierte en singular. La protagonista, con toda seguridad, era un ser excepcional, sensible, independiente, inteligente y culta. Quizá insegura, pero hasta eso sería un síntoma de talento. La gente segura es peligrosa porque se aferra a las certezas, y las certezas, o son mentira o caducan.
Yo no tenía ni idea de quién era Cindy Lauper, jamás la había escuchado. Ahora lo sé, a mi pesar, gracias a Patricia Heras. Era una viernes, a principios de febrero de 2006, y entre broma y chiste a Patricia se le ocurrió que le cortaran el pelo a lo Cindy Lauper, pero pasándose; una cabeza de mujer en dados, cuadraditos, entre el dos y cero, con blancas y negras como el tablero de ajedrez, y vestirse en revoltijo, que se decía antaño, con una malla bajo el sujetador, y a gusto y placer. Si hay algo que afirman quienes conocieron a Patricia Heras es que “el vestirse, su apariencia, era un modo con el que nutría de significado su estar en el mundo”.
Y se fue de fiesta con su amigo Alex, y comieron, bebieron, fumaron e hicieron todo aquello que les apetecía hasta la madrugada, que agarraron la bicicleta y se pegaron un toba en esas zonas de la Barcelona-Sur-Mer que uno debe evitar a ciertas horas y ciertas noches. Un incidente, nada importante; una brecha en la cabeza, el chico, y algunos magulladuras ella, eso sí, con mucha sangre, tanta como para llamar a una ambulancia, que llegó algo tarde, como suele suceder, y que les trasportó con un detalle añadido de buena crianza, permitiéndoles meter la bicicleta dentro. Es importante la bicicleta, al menos yo se la doy en esta historia, porque desaparecerá con menos rastro que la inocencia.
Tienen la mala fortuna de que les lleven al Hospital del Mar y ahí da comienzo la pesadilla. Allí coinciden con varios detenidos tras los incidentes del desalojo de una casa de okupas en Sant Pere més Baix, y con los urbanos indignados porque varios de los suyos están heridos. Uno de ellos quedará parapléjico. En la sala de espera del hospital acaban todos sumados. ¿Acaso una chica con esa pinta no pertenece a la misma cuadrilla de okupas? El relato que ella misma hará de la situación en la que se ve metida pertenece al género de la picaresca trascendental. Patricia esperaba que le hicieran una radiografía para comprobar si el golpe había dejado secuelas, y acaba esposada y sin bicicleta.
Lo que viene luego es muy vulgar, tanto como la brutalidad. “De repente aparece un tipo con un pasamontañas tapándose le cara y cámara en mano me empiezan a grabar, dura unos minutos en robarme el alma y cuando termina de filmarme me da por hablar. De nuevo les explico que todo es un error, que nosotros hemos tenido un accidente de bici”. Ya no hay bicicleta, ni noche de farra y alegría, ni accidente fortuito sino una culpabilidad por homicidio, imagino que en grado de tentativa. Ya es reo de la justicia, da lo mismo que lo expliques en castellano, catalán o arameo. Estás perdido. ¡Y con esa pinta! “Mi corte de pelo es el más famoso de la ciudad. Parece increíble pero me acusaron de homicidio por mi pelo”. Entonces lo único que se te ocurre es poder salir de ese fin de semana terrorífico y poder irte a casa a duchar, a mirar por la ventana y a pensar que la pesadilla ha terminado. Pero no es así, por mucho que expliques la bicicleta y el golpe y la ambulancia y la sala de espera del Hospital del Mar, estás perdido. “Ahora pienso lo bien que me hubiera venido ver alguna de esas películas sobre juicios y menos ciencia ficción, ya me lo decía mi madre”.
Patricia Heras entró en la cárcel acusada entre otras cosas de haber lanzado una valla metálica a un policía municipal, cosa que nadie, con sólo ver su aspecto y su figura, podría creer. Pero la bola siguió y su historia de la bicicleta debió de convertirse en un chiste carcelario. Entró en la prisión de Wad-Ras y escribió un dietario impresionante por su lucidez irónica. La convivencia en una cárcel de mujeres contada por una chica que sabe escribir: “No he perdido mi capacidad asombrosa de abstracción con lo cual no he perdido la sonrisa ni el buen humor, sólo perturbado por un increíble atasco intestinal”.
Le cayeron tres años. El Supremo los confirmó. “Lo más duro son las entrevistas con la Junta de Tratamiento -la que debe aprobar si pueden concederle el tercer grado-. Duele escuchar que si no reconozco mi delito no tengo voluntad de reinserción, ni arrepentimiento; hoy me ha dicho el psicólogo que eso es propio de psicópatas”. Cuando le permiten salir e ir a dormir a la cárcel, no hay unanimidad en la Junta. La jurista del grupo le dice textualmente “te perdonamos que seas de Madrid”, y ella escribe, alucinada, “creo que con eso ya me lo dijo todo”. El que pone más pegas es el psicólogo, “que encuentra lagunas en mi vida”.
Sé muy poco de Patricia Heras, que vino de Madrid a estudiar Filología en la Universidad de Barcelona, que se licenció, y la descripción que de ella hace una de sus profesoras: “Era de una sensibilidad y una lucidez que pocos más tenían dentro del aula. Además de persona extremadamente educada, había leído muchísimo y se había dedicado a reflexionar sobre las constantes humanas con refinamiento espiritual y rigor intelectual”. Lo había dicho ella misma a la juez de instrucción y al fiscal: “No soy okupa, no soy punki y no soy una desarraigada”. Pero se olvidó de añadir, “me visto y peino como me sale de los ovarios”. Mejor no haberlo dicho, la hubieran acusado de desacato.
Siguió así, saliendo y entrando de prisión, hasta que una tarde de martes, en ese momento que hay que ir preparando los bártulos para volver a la cárcel, abrió el balcón y se tiró. Fue el 26 de abril, el miércoles hará seis meses. Dejó versos, porque ya no quedaba otra cosa que dejar. “Mi reino está inerme y envenenado como todo mi ser… Me sé vencida”. La madre de uno de los procesados, Mariana Huidobro, escribió una carta a los responsables de su muerte, políticos y jueces, que llevarán sobre su conciencia, dice ella, este crimen impune. “Patricia era un ángel que necesitaba sus alas para volar y ustedes se las cortaron”. La conciencia de toda esa gente pesa menos aún que los artículos de periódico que nunca salieron para homenajear a una poeta muerta, con final de perro abandonado.

divendres, 21 d’octubre del 2011

Diari d'un estudiant: La Gavina (de Txèkhov)

Diu el poeta i professor Jordi Julià que Txèkhov és com aquell primer cigar que (fumadors o no) hem provat de fumar quan erem joves; o la primera cervesa; o fins i tot la primera cola. No agrada, ens provoca un rebuig. Però (i jo soc ex-fumador) si continues, si insisteixes,  t'hi enganxes.

I deu ser veritat. La Gavina és una obra que, així, d'entrada, sense ser avorrida, tampoc és que digui massa cosa (justament una de les gràcies de Txèkhov és justament que no diu, que no fa), però si fem una lectura amb estimació i ment oberta a l'infinit, ens entrarà la sospita que, si més no, Txèkhov no serà mai més un nom d'aquells que mig recordem entre les boires de les nostres referències culturals.

Però és que a més, si tenim la sort de poder-ne tertulianar amb algú més que menys expert en aquest autor,  ja sens dubte Txèkhov ens serà mereixedor d'un respecte prou important com per desar-lo a la nostra memòria conscient i continuar tafanejant en la resta de la seva producció, tant dramàtica com narrativa.

I no vull dir massa més, perquè tampòc entenc pertinent ni és la intenció reproduir aquí l'analisi interactiu que ahir, ajudats per Julià varem fer els alumnes de Gèneres literaris de la UAB. Però, si tu, problable lector d'aquest post, en vols tertuliar, no dubtis en fer-m'ho saber, a casa meva, sempre hi ha un cafè o un te, o una cervesa o fins i tot un cigar a punt per a tu.

Esperança

L'anònima i desconeguda existència de racons com aquest a la nostra desgraciada i turística (venuda) ciutat, ens dóna un bri d'esperança.

http://www.elperiodico.cat/ca/noticias/barcelona/amb-porta-oberta-1191110

Que en Peret i la Maria tinguin una llarga i feliç vida a Mèxic!