Diuen que una cop, no fa gaire, un advocat que era al passadís
de les sales de justícia es trobà sorprès en assabentar-se que tenia, en una
altra sala un afer d’ofici (això vol dir que havia de defensar a algú que no es
podia pagar un advocat i ell actuava “d’ofici”)... ni per descomptat coneixia a
la persona que havia de defensar ni els fets!
Jo no crec que al infal·lible sistema judicial Català (o
espanyol, com es vulgui) hi puguin passar tals coses, sinó que més aviat és una
xafarderia amb “mala baba” d’algun enemic d’aquest insigne defensor dels drets
de les persones.
Però, venint a tomb amb una lectura que he de fer per a
la Universitat, us voldria transcriure el que pensava Gulliver, el protagonista
de l’obra de Jonathan Swift Los Viajes de Gulliver (1726), dels
advocats de la seva època al seu país. Evidentment no cal dir que tot el que
explica és cosa passada i res a veure amb avui dia.
* edició digital
de daruma (epublibre) i traducció de Francisco Torres Oliver.
Font: http://uni.anshanenglish.com/wk/1 |
Dije
que entre nosotros hay una sociedad de hombres a los que se forma desde la
juventud en el arte de probar con palabras —que multiplican para tal fin— que
lo blanco es negro o lo negro blanco, según se le pague. Para esta sociedad, el
resto de la gente son esclavos.
Por
ejemplo: si a mi vecino se le antoja mi vaca, contrata a un abogado para que
pruebe que debo dársela. Así que a mí me toca contratar a otro abogado para que
defienda mi derecho, ya que va en contra de toda norma de la ley dejar que
nadie hable por sí mismo. Ahora bien, en este caso, yo, que soy el propietario
legítimo, me encuentro con dos inconvenientes: primero, mi abogado, adiestrado casi
desde la cuna en defender la falsedad, se halla completamente fuera de su
elemento cuando tiene que defender una causa justa, de manera que es una
empresa antinatural que lleva a cabo con gran torpeza, cuando no con mala
voluntad. El segundo inconveniente es que mi abogado debe proceder con gran
cautela, de lo contrario será reprendido por los jueces, y odiado por sus
colegas, como alguien que rebaja la práctica de la ley. Así que sólo tengo dos
maneras de conservar la vaca. La primera es ganarme al abogado de mi adversario
pagándole el doble de honorarios; quien entonces traicionará a su cliente,
insinuando que tiene a la justicia de su parte. La segunda manera es hacer que mi
abogado presente mi causa lo más injusta posible, reconociendo que la vaca
pertenece a mi adversario; lo que, llevado con habilidad, se ganará el favor
del tribunal. Ahora bien, su señoría debe saber que los jueces son personas
designadas para dirimir disputas sobre la propiedad, así como los procesos
penales, y sacadas de entre los abogados más hábiles que se han vuelto viejos o
perezosos; y como toda la vida han estado predispuestos contra la verdad y la
equidad, tienen tan fatal necesidad de favorecer el fraude, el perjurio y la
opresión que sé de varios que han rechazado un cuantioso soborno de la parte
justa, antes que perjudicar la facultad haciendo algo no conforme con su
naturaleza y su oficio.
Es
máxima entre estos juristas que cualquier cosa que se haya hecho antes puede volverse a hacer legalmente; y por tanto
tienen especial cuidado en registrar todas las sentencias dictadas contra el derecho
común y la razón general de la humanidad. Estas, con el nombre de precedentes,
se aducen como autoridades para justificar las opiniones más inicuas, y los
jueces jamás dejan de pronunciar sus sentencias de acuerdo con ellas.
Al
alegar, evitan cuidadosamente entrar en los méritos de la causa, sino que se
muestran vociferantes, violentos y tediosos demorándose en circunstancias que
tienen poco que ver. Por ejemplo, en el caso que ya he mencionado: no quieren
saber qué derecho o título puede tener el adversario para reclamar mi vaca,
sino sólo si la vaca es roja o negra; si sus cuernos son largos o cortos; si el
campo al que la saco a pastar es redondo o cuadrado; si es ordeñada dentro o
fuera de casa; a qué enfermedades está expuesta, y cosas así; después de lo
cual consultan los antecedentes, aplazan las sesiones de fecha en fecha, y al
cabo de diez, veinte o treinta años, pronuncian el fallo.
Hay que decir asimismo que esta sociedad tiene
una jerga propia que ningún otro mortal es capaz de entender, y en la que están
escritas todas sus leyes, que ponen especial cuidado en multiplicar; por donde
embrollan completamente la esencia misma de la verdad y la falsedad, lo justo y
lo injusto; de manera que se tarda unos treinta años en decidir si el campo que
me dejaron mis antepasados durante seis generaciones me pertenece a mí, o
pertenece a un extraño que vive a trescientas millas.
En
el juicio a personas acusadas de delitos contra el estado, el método es mucho
más breve y recomendable: primero el juez manda pregonar la disposición de los
que están en el poder, después de lo cual puede fácilmente mandar ahorcar o
salvar a un criminal, preservando estrictamente las debidas formas de la ley.
Aquí
me interrumpió mi amo; dijo que era una lástima que unos seres dotados de tan
prodigiosas habilidades intelectuales como estos juristas debían de ser, según
la descripción que hacía de ellos, no se les animara a instruir a sus
semejantes en el saber y en el conocimiento. En respuesta a esto aseguré a su
señoría que en todo lo que no fuera su oficio eran normalmente la generación
más ignorante y estúpida entre nosotros, los más despreciables en una
conversación corriente, enemigos confesados de todo conocimiento y saber, y
dispuestos asimismo a pervertir la razón general de la humanidad en cualquier
otra materia de discurso, igual que en la de su propia profesión.
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